viernes, 13 de noviembre de 2015

Atelier de costura

Vuelvo a calentar tus manos en la taza del café, vuelvo a necesitar reflejarte en posos de té negro no edulcorado aunque adulterado de alevosía, mientras en el filtro se escapa la esencia del amargor que me hace despertar al abrir los ojos.

(una mujer que limpia la casa ajena, mientras responde por el balcón a la llamada de su hijo que, a tonos silbados, la tiraniza a cambio de besos de buenas noches)

Notas distorsionadas, nombres propios y ajenos, retales de franela drapeada y gasa se escapan de los cajones del único mueble barnizado en salitre que queda en el atelier de costura sito entre las abacerías de este mercado de oportunidades donde sigo residiendo. Aún escondemos cada uno un secreto en ese viejo baúl del que soñabas y en el que aparecerán cada uno de los poemas vividos que jamás hizo falta leerme.

Las puertas abiertas, los espejos reflejando la compañía de los cuerpos mutilados en los que la clientela se contempla y desde el sillón de despacho que no paro de hacer girar, con el mando a distancia en la mano, accionas una y otra vez los altavoces de la grabadora que recuerda las carpas del mayor espectáculo del mundo aún acampadas ahí, junto a mi faro...

(un hombre grita en su soledad nocturna; acompañado de remordimientos maldice la coraza plúmbea que recubrió su cuerpo mientras su alma reproduce el eco de la risa que contempla su propia desgracia)

En la lista de pendientes se van amontonando los pedidos. El buzón devora la correspondencia de los lunes, la publicidad de los jueves, las conversaciones en las sobremesas de los fines de semana.

Frente a tus manos de uñas mordidas que resucitan estas palabras aparece reflejada en el objetivo de la vieja Canon una silueta que apenas reconozco si no es por el pañuelo posado en tus hombros que se aferra en el primer abrazo dado. Tomas aire antes de iniciar el recital de oraciones infantiles anclado en la memoria, y una detrás de otra tarareas desde Mambrú rendido en su guerra hasta el bulevar en el que remendar las ilusiones olvidades.



Nunca maquillas tu rostro. Una y otra vez haces acopio del utillaje obligatorio en todo taller que se precie, para acabar siempre bailando con la más fea, pero con la menos muerta.

Comienza el baile Eunice.


1 comentario:

  1. Bonito post, siempre escrito con tanto gusto, siempre tan críptico. Me alegro de volver a verte, me alegro de que vuelvas a escribir. No los espacies tanto! Aunque tú dirás que ellos salen cuando quieren salir...

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