Vuelvo a calentar tus manos en la taza
del café, vuelvo a necesitar reflejarte en posos de té negro no
edulcorado aunque adulterado de alevosía, mientras en el filtro se
escapa la esencia del amargor que me hace despertar al abrir los
ojos.
(una mujer que limpia la casa ajena,
mientras responde por el balcón a la llamada de su hijo que, a tonos
silbados, la tiraniza a cambio de besos de buenas noches)
Notas distorsionadas, nombres propios y
ajenos, retales de franela drapeada y gasa se escapan de los cajones
del único mueble barnizado en salitre que queda en el atelier de
costura sito entre las abacerías de este mercado de oportunidades
donde sigo residiendo. Aún escondemos cada uno un secreto en ese
viejo baúl del que soñabas y en el que aparecerán cada uno de los
poemas vividos que jamás hizo falta leerme.
Las puertas abiertas, los espejos
reflejando la compañía de los cuerpos mutilados en los que la
clientela se contempla y desde el sillón de despacho que no paro de hacer girar, con el mando a distancia en la mano, accionas una y otra vez
los altavoces de la grabadora que recuerda las carpas del mayor
espectáculo del mundo aún acampadas ahí, junto a mi faro...
(un hombre grita en su soledad
nocturna; acompañado de remordimientos maldice la coraza plúmbea
que recubrió su cuerpo mientras su alma reproduce el eco de la risa
que contempla su propia desgracia)
En la lista de pendientes se van
amontonando los pedidos. El buzón devora la correspondencia de los
lunes, la publicidad de los jueves, las conversaciones en las
sobremesas de los fines de semana.
Frente a tus manos de uñas mordidas
que resucitan estas palabras aparece reflejada en el objetivo de la
vieja Canon una silueta que apenas reconozco si no es por el pañuelo
posado en tus hombros que se aferra en el primer abrazo dado. Tomas
aire antes de iniciar el recital de oraciones infantiles anclado en
la memoria, y una detrás de otra tarareas desde Mambrú rendido en
su guerra hasta el bulevar en el que remendar las ilusiones
olvidades.
Nunca maquillas tu rostro. Una y otra
vez haces acopio del utillaje obligatorio en todo taller que se
precie, para acabar siempre bailando con la más fea, pero con la
menos muerta.
Comienza el baile Eunice.
Bonito post, siempre escrito con tanto gusto, siempre tan críptico. Me alegro de volver a verte, me alegro de que vuelvas a escribir. No los espacies tanto! Aunque tú dirás que ellos salen cuando quieren salir...
ResponderEliminar