martes, 5 de julio de 2016

Palabras

Nunca pensé que fuesen mías, es más, tenía la certeza de que no salían de mi interior, y por eso decidí sentarme y esperar, a ver qué pasaba...

Segundo oí el bajar metálico  de la cancela del bar de enfrente; seguramente primero fue recoger las ruidosas sillas ausentes de público, expectantes ante el sueño de Dédalo, livianas del aburrimiento de los cafés no derramados.

Ya sonaba la música: tarantas, tanguillos y una milonga no contada ni cantada que abriendo las hojas del balcón, iba dejándolas pasar: agua, ojos, jubilación, agenda, revolución, nana, examen, cámara, guirnalda, garaje, bicicleta, inexperiencia, tango, canaleta...

Una colonia de formigas, cada una con su palabra a cuestas fue pasando entre los dedos de mis pies deshojados, jugando a cunitas, enredando el cordel entre las ramas convexas de sueños caducos. Ya sabía que el ácido fórmico irritaba los ojos, así que sin abandonar el vaivén de la mecedora, seguí observando su camino, y una a una comenzaron a teñir en negro la tercera pared del salón empezando a contar por mi derecha.

Pasaron los días, las tardes, las noches e incluso algún que otro amanecer sin auroras boreales; ya comenzaba a pensar en buscar los cartuchos de pluma en colores rojo y verde para dar forma a esta historia cuando advertí, sin cotejar las consecuencias, un cambio en el rumbo de ese hormigueo apalabrado: ya hacía rato que mi pie derecho apartaba inconscientemente, insectos de mi tobillo izquierdo, y en un charco de petroleo chapoteaban boca arriba millones de la misma palabra: respira, respira, respira, respira...

Alarmada por el llanto de la pluma mantuve la respiración.

Lo tercero que oí fueron las hojas del libro revolotear, cuchicheantes, chismosas, excitadas ante unos  personajes del ex-libris amantes, besándose, más bien devorándose apasionadamente en la intimidad  de la doblez de la hoja 5776 donde señalé que reanudaría la lectura.

Y sonreí, y sin querer evitarlo respiré, y de la tercera pared del salón (empezando a contar por mi derecha) cayeron algunas palabras, palabras que nunca pensé que fuesen mías, es más, tenía la certeza de que no salían de mi interior, y por eso decidí sentarme y esperar, a ver qué pasaba.

Lo cuarto que oí fue un ring ring satánico, pero para contarte de eso, sonreiré mañana.




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